Para entender mejor la historia, empezaremos desde el principio:
Hace unos 4 meses, un día como otro cualquiera, un chico de mi instituto me dijo por casualidad que había pedido una beca con la que podría irse a Canadá o Estados Unidos. Me contó un poco de qué iba y luego seguimos hablando de mil cosas más. Pero en mi mente solo había un nombre: Amancio Ortega.
Al llegar a mi casa, recuerdo que lo primero que hice fue llegar corriendo y buscar información sobre aquella beca. Me enteré de su existencia tres días antes de que cerrara el plazo de inscripción, y como vi que cumplía todos los requisitos, no me lo pensé dos veces antes de apuntarme.
Al inscribirte, te asignan un lugar al que debes acudir para realizar la prueba escrita. En mi caso fue un viernes, a las seis, en un hotel de mi ciudad. Sinceramente, hasta unas horas antes ni pensé en el examen. Me había presentado a la beca, sí, pero ni siquiera me había planteado seriamente la posibilidad de que me eligieran.
En el examen había bastante gente. Solamente en mi sala habrían alrededor de 20 personas, y había varios turnos durante dos días en varias ciudades de España. Por lo que, siendo
Más o menos un mes después salían las listas de los preseleccionados para la prueba oral. Es decir, de los aproximadamente 7800 chicos que se habían presentado a la prueba escrita, quedarían 1200 (600 para EEUU y 600 para Canadá). No tenía pensado mirar los resultados en clase, pero a la hora acordada me llegó un correo avisando de que ya habían sido publicadas las listas, y la tentación pudo conmigo. Le pedí el móvil a una amiga
Al principio, no vi mi nombre por ningún lado. No me desilusioné, ya que sabía lo difícil que era pasar aquella prueba. Pero de repente vi mis apellidos al final de una página y todas las esperanzas posibles volvieron a mí.
Felicitaciones, nervios, más felicitaciones y más nervios es lo que recuerdo de las siguientes semanas. La beca como protagonista de la cena de Navidad y mis ilusiones aumentando cada vez más rápido.
Llegó el día de la entrevista oral. Se va acercando la hora
Y resulta que la prueba me salió mucho mejor de lo que esperaba. Pasara el examen o no, sabía que lo había hecho bien, y eso me tranquilizaba.
¿Qué más contar? ¿Que las siguientes dos semanas se me hicieron eternas? ¿Que contaba los días que quedaban hasta que dieran las listas?
Los días antes de que dijeran los seleccionados estuve nerviosa no, lo siguiente. Cuando al fin llegó, miraba cada minuto el reloj, impaciente por que se hicieran las tan esperadas 12 del mediodía (La 1 en el resto de España, es lo que tiene ser de Canarias).
Y bueno, ¿para que darle más dramatismo? Llegan las doce menos dos minutos y veo que tengo un nuevo correo. Con la mano temblorosa lo abro y voy a las listas de seleccionados. Estoy 100% segura de que el profesor me pilló utilizando el móvil
Bajo hasta donde tendría que estar mi nombre y ahí está. Irene seguido de mis apellidos. Pero yo, con esa manía de no hacerme ilusiones, salgo y vuelvo a entrar y repito ese proceso unas cuatro veces antes de decirle a la amiga que tengo al lado: me voy a Estados Unidos.
Lo últimos diez minutos, mis amigos ya dieron la clase por terminada y vinieron a abrazarme, aplaudirme, gritar...
Las siguientes semanas estuvieron llenas de felicitaciones de gente a la que ni siquiera conocía. De llamadas, de mensajes, de correos. De rellenar papeles. De vacunas y pruebas médicas. De conocer a muchas personas increíbles que han pasado por lo mismo que yo, y a las que estoy deseando ver.
Y ahora estoy aquí, escribiendo en un blog en el que intentaré ir contando mi pequeña gran aventura.
Pero lo mejor de todo, es que todo esto no ha hecho más que empezar.
Y es que, alguien dijo alguna vez que solo aquellos que se arriesgan a ir demasiado lejos encuentran lo lejos que pueden llegar.