En cierto modo me lo imaginaba así. como un trocito de América en España. Aunque no imaginaba todo lo que pasó ese día:
Esa noche no dormí. A falta de 26 días para irme, tenía reservado un vuelo rumbo a la capital que salía de madrugada, así que sobre la 12 de la noche ya esperaba en el aeropuerto, impaciente por conseguir el visado que me permitiría entrar en América. Me acompañaba Elena, una de las becadas de la isla, así que el viaje fue bastante entretenido.
Al llegar a Madrid nos esperaba un monitor al que no conocíamos, que nos acompañó en metro hasta la embajada. Según los madrileños, la embajada americana está cerca del aeropuerto, pero queridos canarios: no os dejéis engañar. Su percepción de cerca/lejos es muy distinta a la nuestra.
Así que después del metro tocó caminar. Pasear por Madrid a las 6 de la mañana no era algo que estuviese incluido en mis planes de verano, pero me encantó.
Como habíamos llegado muy temprano y mi cita era a las ocho y media, desayunamos y esperamos alrededor de una hora en la puerta de la embajada. Yo era la primera en entrar, así que estaba algo nerviosa porque no tenía ni idea de lo que había que hacer.
Para mi sorpresa, solo había que pasar un control en el que te quitaban mochilas y móviles, y después de eso, esperar. Esperar a que te dieran número, esperar a que te pidieran el pasaporte, esperar a que cogieran tus huellas dactilares y esperar a que te hiciesen una pequeña entrevista (en la que me preguntaron, en inglés, a dónde iba y que cosas tenía pensado hacer.)
Como fui la primera en entrar, fui también la primera en salir (aunque después de una hora). En la calle todavía esperaban su turno algunos becados que acababan de llegar de toda España, así que me quedé hablando sobre Canarias con uno de los monitores que ha estado bastante por aquí. Compartí historias con los demás becados, reímos, nos alegramos de volvernos a ver... Y hasta encontré a un chico que va al mismo estado que yo, aunque a otra ciudad (Hasta ahora pensaba que yo era la única que iría a West Virginia.)
Unas horas más tarde una guagua autobús nos recogió y nos dejó a Elena, a Claudia (de Mallorca) y a mí en el aeropuerto. Nos subimos a otro avión y a la hora de comer ya estábamos de vuelta a casa.
Probablemente, el viaje más rápido de mi vida.
Y el más agotador, también.
Llegué a mi cama y no sé ni cómo ni cuándo, pero me dormí hasta la mañana siguiente.
Probablemente, el viaje más rápido de mi vida.
Y el más agotador, también.
Llegué a mi cama y no sé ni cómo ni cuándo, pero me dormí hasta la mañana siguiente.