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miércoles, 19 de julio de 2017

Volviendo a España

Escrito el viernes, 26 de mayo de 2017


Lunes, Martes, Miércoles, Jueves, Viernes, Sábado, Domingo. Y vuelta a empezar. Otra semana que termina. Otro lunes más. Otro fin de semana. Pasan los 7 días y ni nos damos cuenta.

La diferencia es que estas semanas han estado llenas de últimas veces. Última vez que voy a tal sitio, última vez que hago tal cosa... Última vez que acompaño a mi host family a la iglesia.

Lo que no me esperaba era que mi host mom parase la misa para pedir que rezaran por mí en mi viaje de vuelta, y para darme las gracias por todos estos diez meses. Sí, ella a mí. (Debería ser al revés pero por mucho que se lo digo no me da la razón). Total, que ella terminó llorando, yo terminé llorando, lo que hizo que todos terminaran abrazándome (lo cual me hizo llorar más). Menos mal que es la última vez en un tiempo que me paso por ahí, porque qué vergüenza.

Esto me hizo darme cuenta de que sí, las semanas se van volando. Y en cierto modo, eso es lo que queremos, ¿no?. Que los días pasen para que llegue el fin de semana, que las semanas pasen para que llegue el verano, que los veranos pasen para que al fin lleguemos a graduarnos y a ser adultos… Pero raramente deseamos que los días vayan lentos, y cuando se da la ocasión, parece que el tiempo, en vez de ralentizarse, se acelera.

Hoy me quedan 6 días para marcharme. 7 para llegar a España, a casa. Aunque ahora no estoy segura de en cuál de los dos lugares está mi casa. Y sí, sé que solo he estado aquí durante 10 meses, y en España durante toda mi vida, pero así es como me siento, aunque no sepa explicar por qué.

No me malinterpreten, estoy contenta por volver a España, por disfrutar del verano, volver a pisar la arena de la playa (por fin), y por ver de nuevo a mi familia y todos mis amigos. Pero es que temo el momento en el que llegue al aeropuerto, preparada  para volver y tener que despedirme de mi host family.

A pesar de todo, no tengo palabras para agradecer por todo lo que esta experiencia me ha dado. Podría hablar diez, veinte o incluso todos los idiomas del mundo y aun así no encontraría ninguna palabra que fuese suficientemente buena para expresarlo.

He aprendido muchísimo inglés. De hecho, ayer me cabreé bastante porque no me acordaba de la palabra en español que significa “speech”.  Después de mucho pensarlo, me rendí y tuve que buscarla en el traductor. Sí, discurso. Mira que olvidar una palabra tan fácil…

Otra cosa bastante curiosa que me pasa, es que pienso en los dos idiomas. Ahora, por ejemplo, mientras escribo esto, algunas palabras me llegan antes en español, y otras en inglés. Como resultado termino traduciendo en mi mente y diciendo cosas que a veces suenan un poco raras.

Todo esto es el resultado de un solo año viviendo en América. Es sorprendente como un simple año de tu vida puede cambiarte tanto y enseñarte tantas cosas nuevas. Cómo unos pocos meses en un lugar tan pequeño y desconocido como lo es West Virginia, pueden robar una parte tan grande de tu corazón, y romperlo en mil pedazos cuando llega el momento de marcharte.

Hace diez meses escribí una entrada diciendo lo poco que me gustan las despedidas. Ahora lo repito. No fue nada fácil decir adiós a mi isla y a todo lo que conocía por aquel entonces. Decir adiós a América, sin embargo, se vuelve mil veces más complicado. Pero me consuela saber que no es un adiós, sino que es un hasta luego. Hasta el año que viene, tal vez, o puede que hasta dentro de unos años. No importa cuánto tarde en volver, por qué sé que tarde o temprano acabaré haciéndolo, porque una parte de mí ahora está en West Virginia, y por mucho que lo intente nunca dejará de estarlo.